miércoles, 16 de septiembre de 2015

Mitos y Leyendas de los Pueblos Originarios.



El Mito de Yacana

La constelación que llamamos Yacana, es el camac de las llamas, osea su fuerza vital, el alma que las hace vivir. Yacana camina por un grán río (la Vía Láctea). En su recorrido se pone cada vez más negra. Tiene dos ojos y un cuello muy largo. Se cuenta que Yacana acostumbraba beber agua de cualquier manantial, y si se posaba encima de alguien le transmitia mucha suerte. Mientras este hombre se encontraba aplastado por la enorme cantidad de lana de Yacana, otros hombres le arrancaban la fibra. Todo esto ocurría siempre de noche. Al amanecer del día siguiente se veía la lana que habían arrancado la noche anterior. Esta era de color azul, blanca, negra, parda, las había de toda clase, todas mezcladas. Si el hombre afortunado no tenía llamas, rápidamente compraba algunas y luego adoraba la lana de la Yacana en el lugar donde la habían arrancado. Tenía que comprar una llama hembra y otra llama macho, y sólo a partir de estas dos podía llegar a tener dos mil o tres mil. Esta era la suerte que la Yacana confería a quienes se posaba encima de ellos. Se cuenta que en tiempos muy antiguos, esto le ocurrió a muchas personas en muchos lugares. A la media noche y sin que nadie lo sepa la Yacana bebe toda el agua del mar, porque de no hacerlo el mar inundaría al mundo entero. Yutu (la perdíz) es una constelación pequeña que aparece antes que la Yacana. Según cuenta la tradición, la Yacana tiene un hijo que cuando mama ésta se despierta. Tambien hay tres estrellas que caminan juntas y en línea recta. A éstas les han puesto los nombres de Kuntur (cóndor), Suyuntuy (gallinazo) y Huamán (halcón). La tradición cuenta que cuando aparecen estas estrellas más brillantes que antes, ese año será bueno para el cultivo. Si en cambio aparecen poco brillantes, ése será un mal año, con mucho sufrimiento.


Leyenda de la humita

Hace mucho tiempo, en Hanaq Pacha, el cielo de arriba, hubo una gran guerra. El cruel Aucayoc- el dios de la guerra- no sentía piedad ni por sus propios hijos, y ávido de sangre les había hecho formar dos ejércitos y luchar unos contra otros.
El cielo retumbaba con los tambores guerreros de los truenos, las lanzadas de los rayos iluminaban la intranquilidad de las noches. Cuando morían, la sangre de los hijos de Aucayoc escapaba como lava hirviente de los cráteres de los volcanes.
Hasta que quedaron muy pocos guerreros de los truenos, las lanzadas de los rayos iluminaban la intranquilidad de las noches. Cuando morían, la sangre de los  hijos de Aucayoc escapaba como lava hirviente de los cráteres de los volcanes.
Hasta que quedaron pocos guerreros  y se cansaron de hacer la guerra.
Esa mañana, el cielo permaneció azul y despejado.
-Déjanos descansar, padre, no podemos luchar más- pidieron Aucayoc los hijos que todavía tenían fuerzas para arrodillarse ante él.
El dios de la guerra no quiso oírlos:
-ustedes son unos cobardes, no son dignos de vivir conmigo. Así que ¡Fuera!, no quiero verlos nunca más!- y con un gesto final de enojo, los arrojó cielo abajo.
Aucayoc los envió a vivir en la tierra, convertidos en unas plantas de hojas duras, huecas como sus lanzas , en sus frutos aucayoc encerró la rabia que sentía contra ellos.
Esa rabia se convirtió en  púas muy puntiagudas.
Los hijos de Aucayoc vivieron en la tierra mucho , mucho tiempo, soportando la dureza del corazón del suelo, que apenas los alimentaba.
Pero un dia el Sol padre se levantó temprano y con mucho hambre, descendió a Kay Pacha, la tierra y arrancó una de las mazorcas de la primera planta que tuvo al alcance de la mano.
A penas las tocó , lo granos llenos de púas se volvieron suaves y tiernos, y la mazorca se tiño de color dorado, como el sol.
El sol comió choclo hasta saciarse y , agradecido, bendijo la planta.
-          Me diste tus frutos con generosidad, y desde hoy se los dará también a los hombres, que son mis protegidos. Serás una planta sagrada y te adoraran en los altares, como a mi. Me gustas tanto, que eres la ofrenda que me  darán en mi día, en la ceremonia del Inti-raymi.
Todos los 24 de junio el día del padre Sol los habitantes del Tahuantisuyo comen Shankhu, y le piden al sol un buen año de buenas cosechas y abundantes ganados.



Leyenda del Calafate
. Se dice que cierta vez Koonex, la anciana curandera de una tribu de tehuelches, no podía caminar más, ya que sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener. Entonces, Koonex comprendió la ley natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y alimentos para dejarle a la anciana curandera, despidiéndose de ella con el canto de la familia.
Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de una meseta. Ella quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban y comenzó a sentir el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos, las charlatanas cotorras. Volvía la vida.

Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De repente, se escuchó la voz de la anciana curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: "nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos." "Los comprendo", respondió Koonex, "por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola" y luego la anciana calló.
Cuando una ráfaga de pronto volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario. Desde aquél día algunas aves no emigraron más y las que se habían marchado, al enterarse de la noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.

Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "el que come Calafate, siempre vuelve."



No hay comentarios:

Publicar un comentario